viernes, 5 de marzo de 2010

MARCADA

Era como una actriz de los años dorados de Hollywood, de no ser por una cicatriz en forma de cuña que se apoyaba sobre la ceja izquierda y la convertía en mortal. Fue un descubrimiento casual y tuvo lugar cuando la vio retirarse el flequillo con el mismo bolígrafo con el que le señalaba aquellos espacios donde debía firmar.
¡Atrévete si tienes huevos!
Dudó unos segundos y levantó la cabeza para comprobar si el exabrupto había salido de esos labios finos iluminados con carmín. Después se giró hacia atrás y sólo vio a dos jubilados esperando su turno, así que sacudió levemente la cabeza y volvió a mirar el contrato.
¡Pringao!
Esta vez no tenía dudas. Aquellas palabras venían de la empleada del banco, que ahora había abandonado su semblante distraído y comenzaba a mirarlo con cierta preocupación. ¿Ocurre algo, señor Gracia? Si hay algún problema, volvemos a echarle un vistazo al contrato -dijo aquella diosa por exorcizar sujetando su flequillo con una horquilla para estar más cómoda.
Y entonces la vio.
La cicatriz le sonreía burlona y comenzaba a moverse.
¡Capullo!
Echó la silla hacia atrás y no pudo evitar un grito. Los demás empleados del banco dirigieron sus miradas hacia la mesa y los jubilados empezaron a murmurar a sus espaldas. Se disculpó como pudo y firmó con mal pulso en los tres espacios señalados por sendas equis, que bien podían haber sido cruces. Sellaron el acuerdo con un apretón de manos y cuando se daba la vuelta para marcharse volvió a escucharla.
¡Ja!
Se detuvo en seco. Sonrió a lo Eastwood, se giró muy despacio hasta tenerla frente a frente y allí la apuntó con la mirada, desafiante. Sin apartar la vista, conteniendo la respiración, llevó la mano lentamente hacia el pantalón y con un ágil movimiento sacó de su cartera una tarjeta y se la ofreció a la empleada.
Permítame un atrevimiento. Es usted muy hermosa, pero no he podido evitar fijarme en su cicatriz. Yo podría hacer que desapareciera. Soy cirujano plástico y sería para mí un placer hacer esto por usted. Gratis.
La empleada aceptó la tarjeta con alguna reserva, pero él no se percató de ello. Sus ojos estaban fijos en aquella cicatriz, que de repente había empalidecido hasta hacerse prácticamente invisible.