miércoles, 22 de junio de 2011

BREVES SEMBLANZAS DE AUTORES OLVIDADOS: DON GENARO BROCAL

     Don Genaro Brocal, estudioso de la poética de Fray Luis de León, fue galardonado con el Premio regional de investigación en artes por su ya célebre ensayo ¿Dónde reside la Lírica?, germen del malogrado movimiento poético que rechaza la artificial fractura entre Ciencias y Letras. Siguiendo los caminos desbrozados por el estoico agustino, don Genaro Brocal sostiene que la verdadera lírica reside en las esferas, concretamente, en los títulos de las tesis de astrofísica. Objetos extremadamente rojos en un universo jerárquico, o bien, Cuasiperiodicidades en los periodogramas de estrellas delta-scuti son asombrosos ejemplos de poesía hiperbreve que surgieron de la pluma de un alma sensible, quizá desconocedora de su innato talento creativo. Don Genaro Brocal obtuvo el respaldo teórico de tres catedráticos de Teoría de la Literatura que defendieron sus audaces planteamientos con el respetado mantra: lo literario es un constructo teórico a posteriori, siempre a posteriori.
        En apenas unos meses Don Genaro Brocal había revolucionado el universo del conocimiento. Los astrónomos no terminaban sus artículos, pues apenas eran capaces de pasar de los títulos, abrumados por la responsabilidad de su nueva condición de poetas y también, por qué no decirlo, por una horda de jóvenes críticos que publicaban densos estudios sobre aquellos, en ocasiones plagados de hirientes críticas. En el otro bando, los aspirantes a poeta estaban a años luz de poder manejarse con las fluctuaciones cuánticas o el colapso gravitacional, y sólo uno de cada mil lograba aprobar Astrofísica teórica, asignatura troncal de los nuevos planes de estudio en todas las Filologías. La mayoría de ellos abandonaba la carrera tras la primera semana y malgastaba su talento en metáforas-meteorito (no siempre de buen gusto) arrojadas a mujeres desprevenidas desde los andamios (lo más cerca que lograron estar de las estrellas).
         Don Genaro Brocal renegó de todas sus teorías a petición de instancias gubernamentales, alarmadas a su vez por las catastróficas predicciones de los economistas, que achacaron el decrecimiento de la economía del país a la escasa productividad de poetas y astrofísicos.

domingo, 19 de junio de 2011

BREVES SEMBLANZAS DE AUTORES OLVIDADOS: ARTURO ALEGRÍA

Arturo Alegría, que no creía en los géneros, escribió poemas del oeste para aprovechar el recurso del encabalgamiento. Arturo era un autor honesto con un principio escritural que respetó hasta las últimas consecuencias: "lo que no se puede, no se puede". De adolescente ensayó poemas de terror y sus versos eran tan efectistas que las palabras se echaban a temblar y perdían sus tildes. Un enfant terrible, pensaba su profesora de literatura mientras rodeaba un cuatro con rotulador rojo piel roja. Arturo recibía estas calificaciones como un sansebastián, sabedor de que la crítica es un arco con dardos envenenados. Él era un mártir, sufriría como un mártir, escribiría como un mártir. Enseguida detectó lagunas en el corpus literario español. "La conquista del Oeste" era una de ellas. Arturo no comprendía el escaso interés que este asunto despertaba en sus colegas. Son incapaces de trascender su yo social. Un escritor ha de estar por encima del tiempo y del espacio. Contra todo pronóstico, Arturo comenzó a recibir criticas entusiastas. Sus poemas transmiten el vacío del desierto, áridos versos que se suceden unos a otros sin decir nada, prodigiosa conjunción de forma y fondo. Pronto fue éxito de ventas y se hizo con un público fiel hasta la insolación.

Arturo Alegría abandonó la literatura un 9 de diciembre, tras la aparición de unos confusos informes médicos que detectaron casos de alucinaciones y quemaduras de segundo grado entre varios de los miembros de su club de fans.

domingo, 12 de junio de 2011

DE ESCRITORES Y PESADILLAS

Por las noches escribo y de madrugada no tengo pesadillas a pesar de que ser escritor no favorece en nada los ciclos del sueño. Usted, querido lector, toma prestados monstruos ajenos para purgar sus inquietudes de la vigilia. Cuando despierta se desembaraza de ellos con un suspiro de alivio, al fin y al cabo son de un fulano o una tipa que vive de sus obsesiones. En cambio nosotros, los escritores, llevamos los fantasmas detrás, como hijos maltratadores de los que nos es imposible desvincularnos. Hay escasos escritores desnaturalizados que se liberan de sus creaciones. Se les reconoce por su graciosa desenvoltura y un aspecto saludable. También porque a sus presentaciones siempre acude una hermosa mujer de mirada risueña que se sienta en primera fila y sonríe y aplaude y se ruboriza cuando el escritor comenta que sin ella nada de eso habría sido posible. Si encuentran a uno de esos, fotografíelo. No necesitará ni flash.
Temo que ahora usted se haya formado una idea errónea de mí. Sería indecente abandonarlo a su error. Yo en realidad pertenezco a una saga de escritores angustiados que se emplearon a fondo en sacar de la plácida ingnorancia a sus lectores (antes de convertirse en lectores,  felices seres humanos). Mi bisabuelo escribía ensayos crónicos sobre el dolor, mi abuelo, como era inevitable, atormentadas novelas experimentales producto de las drogas y mi padre, kafkianos relatos en los que mataba a mi abuelo. Yo decidí romper con la tendencia y sólo creo personajes frívolos que puedan desintegrarse cuando me voy a dormir.
Yo no tengo pesadillas, lo mío es peor.
La primera vez que ocurrió estaba en una cafetería. Tenía entre mis manos el manuscrito de mi último relato, del que estaba especialmente orgulloso por algunos hallazgos que revolucionarían la literatura frívola de este último lustro. Tan absorto estaba en mi papel de Doña Truhana, construyendo castillos en el aire con cifras de ventas, que sólo reparé en que alguien se iba acercando a mi mesa cuando una sombra en forma de gran cilindro me dejó sin luz. Levanté la vista y observé atónito a un anciano consumido vestido con frac y sombrero de copa que me observaba con reprobación al tiempo que ponía ante mí un manuscrito de hojas amarillentas cuyo comienzo era idéntico al del que yo sujetaba todavía entre mis manos. Me quedé con la boca abierta, estupefacto, no sé durante cuánto tiempo.Me devolvió a la realidad el comentario de un albañil que almorzaba un gran bocadillo de huevos rotos con carajillo de whisky. Ni imaginación, ni vergüenza.
Agachando la cabeza y con cierta precipitación, salí a la calle y comencé a caminar deprisa, mirándo atrás cada cierto tiempo. El hombre del frac me iba siguiendo por el bulevar y yo me había convertido en el centro de todas las miradas. Poco habituado a las persecuciones, no pude soportarlo mucho tiempo y arrojé mi manuscrito a una papelera ante la mirada de reproche de un adolescente greñudo, que me señalaba con el dedo el contenedor de papel medio metro más allá. Respiré hondo y volví la cabeza. El hombre del frac había desaparecido.
Los días posteriores fueron angustiosos. Daba vueltas por la casa intentando recordar cómo había sucedido aquello y llegué a pensar que todo había sido una alucinación. Así que me armé de razonado valor, imprimí de nuevo el relato y con renovadas fuerzas salí de casa, esta vez con un sombrero, gabardina y gafas de sol, por si las moscas negras.
No llegué muy lejos.
En la acera de enfrente me esperaba el hombre del frac, que apenas me vio cambió de acera y comenzó a seguirme a tan escasa distancia que bien podría haber sido confundido con mi propia sombra, fría y vacía. Como comprenderán no avancé mucho y en cuanto pude me deshice de la segunda copia y volví a casa con la gabardina a cuestas.
Tomé la decisión de aislarme. Pasé meses en mi casa, sin leer un libro, sin radio, sin televisión, sin internet, a salvo de las ideas de otros, a salvo, creía yo, del hombre del frac. Pero no podía estar más equivocado.
Cuando por fin me vi con fuerzas para escribir unas líneas, una sombra cilíndrica apagó el brillo de la pantalla del ordenador. Sobre mis dedos, los suyos: huesudos y ásperos, golpeando el teclado como una máquina de tortura.
Por las noches escribo y por las mañanas no tengo pesadillas porque no dejo de escribir la misma historia con los mismos personajes frívolos que se desintegran cuando me voy a dormir.