martes, 7 de febrero de 2012

CREDIBILIDAD

Recuerda la primera vez que lució micrófono en la solapa. Se sentía como veinte años atrás, cuando le colgaron del bolsillo de la camisa un pase de prensa para asistir al concierto de los Rolling Stones. Todos los papeles en regla y sin embargo estuvo temiendo hasta el último momento que un segurata con cara de perro lo detuviera en la puerta y le impidiera el paso. Sin embargo, bastó con cruzar el umbral de la entrada (dos tiarrones vestidos de negro charlaban amigablemente en la puerta y apenas le dedicaron un par de miradas) para dejar de sentirse un intruso. Luego llegaron las tertulias y el miedo a errar detuvo su lengua en más de una ocasión. Nunca comprendió que las palabras eran punzones de hielo, hieren sin dejar rastro, nadie recuerda si fueron reales o no, sólo la vehemencia del asesino y la debilidad de la víctima. Una noche, en una tertulia política, vaticinó la muerte de uno de los colaboradores. Quien se expresa como usted, está pidiendo a gritos que le peguen dos tiros. No ocurrió así, ningún lunático radical quiso adornarse con una primera plana. Por eso, cuando nadie excepto él recordaba su advertencia, lo acompañó hasta su casa y le disparó. Primero en el vientre, luego en la cabeza. Esa misma noche lamentaba el terrible fallecimiento de su compañero y sentía, mirando fijamente a cámara, no haber podido hacer nada por evitar el hecho luctuoso. Los demás tertulianos lo consolaban con vagas alusiones al derecho a la información y la libre opinión y por dentro se retorcían de envidia por no haber sido ellos los que dieran el paso de periodista a profeta.