domingo, 15 de noviembre de 2009

COMODIDAD

Un día decidió que iba a levantarse del sofá, pero aunque hacía esfuerzos por separar sus muslos del asiento, no lograba mover ningún miembro. Desconcertado, vio que sus piernas habían adquirido el tono azul de la tapicería y si hubiera podido levantar las manos, habría comprobado su tacto aterciopelado. Los primeros meses fueron muy duros. Asistió con angustia impasible a los gritos de su mujer cuyas lágimas se colaban entre sus hilos. Le devoraba la impotencia de verla y no poder hacer nada hasta el punto de crujir como si la carcoma de la tristeza hubiera invadido todos los rincones de su esqueleto de madera.
Sufrimos mucho hasta que aprendimos a querernos: ella rozaba su pecho con mi respaldo y yo la abrazaba acariciándole las caderas con mis grandes orejas. Con el tiempo se buscó un amante que puso a prueba mis muelles. Nunca fuimos tan felices, y si los vecinos murmuran, qué quieren que les diga ¡me importa un cojín!

3 comentarios:

  1. me recuerda a la metamorfosis de kafka...

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  2. Uno de esos microrelatos con final previsible, que no por ello malo... hasta que llega lo del cojín!!!
    Espléndido. Me dejas tomarlo prestado para leerlo en clase??
    Besos, Paco

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  3. Gracias, Paco. Por supuesto, puedes llevártelo. Más besos para ti.

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