sábado, 7 de julio de 2012

DELE (i) TE

Nunca entendí por qué los escritores sentían pavor ante la hoja en blanco. Al fin y al cabo, cada uno de ellos guarda un  proyecto inmaculado en su mente que quedará manchado de tinta negra, imperfecto, marcado para siempre y sin posibilidad de recreación, de rectificación.

Adoro mi oficio, adoro los rostros desencajados, ojerosos y amarillentos que acuden a mí para que "les haga un trabajo".

¡Ayúdeme, líbreme de mi obra!


Acuden con manuscritos manchados de grasa y vino. Yo leo las primeras páginas para comprobar el alcance del desastre, por si encontrara la obra digna de redención y el deseo de destruirla fuera solo consecuencia de una depresión o un ataque de locura. Hasta ahora, no se ha dado el caso. Algunas veces el libro ya va por su sexta edición y los escritores vienen a mí con pocas esperanzas de éxito. No hay ningún problema, caballero -respondo con una sonrisa suave - no quedará grafía en libro ni recuerdo en la mente de sus lectores. 
Después los dejo solos, al escritor y a su engendro, durante unos minutos. Cuando regreso y tras verificar que asiente con la cabeza, borro ante sus ojos aquellos diálogos cutres que aspiraban a lascivos, esas otras ridículas disecciones del alma humana y las 53 repeticiones del adverbio "absolutamente".
Si por su mala fortuna la editorial ya ha vendido los derechos de la obra a un estudio cinematográfico, también me tomo la molestia de eliminar al director, al productor y al guionista; incluso al actor principal, si es necesario.

El escritor recupera intacta su idea al final del proceso. Él sale de mi despacho con una gran sensación de alivio, caminando un par de centímetros por encima del suelo. Yo experimento un placer similar a la excitación.



1 comentario: