martes, 22 de septiembre de 2009

VIAJE FAMILIAR

Como una televisión mal sintonizada, el paisaje marcado a punzón sube y baja con cada bache de la carretera nacional. Ya ni siquiera nos resulta molesto, resignados hace años al único trayecto que nos devuelve a casa una vez a la semana. Como de costumbre, Martina tira del collar de Avispa empeñada en evitar que la perra, nerviosa, saque la cabeza por la ventanilla. De copiloto, la espalda de mi marido se retuerce cuando intenta adaptar la posición fetal en la que duerme a la forma imposible del asiento de nuestro Clío, con la perseverancia de un niño enojado que trata de encajar dos piezas que no casan. Solo yo parezco percatarme de que hace horas que deberíamos haber llegado a casa y juraría que, desde que dejamos el peaje de la autopista, no hemos visto circular un solo coche.

Con todo, sigo conduciendo.

3 comentarios:

  1. Uy qué miedito da...o algo da ese final, que no es normal.

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  2. La inquietud de sentirse extraviado. En la carretera de Bujaraloz a Caspe, las tardes neblinosas de invierno, se siente algo parecido.

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  3. Estoy segura de que esos viajes han sido la mayor influencia de esta entrada :) ¿Cuándo veremos la nave espacial, Paco?

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