lunes, 26 de octubre de 2009

DE PIES Y MANOS

Vestíamos las camisetas más codiciadas de la Liga de fútbol profesional. Éramos buenos, unos crack, pero sabíamos que dirigidos por un cualquiera no habríamos llegado tan lejos. Nuestro míster era un fenómeno, dominaba la táctica y tenía mano izquierda. Largas horas de entrenamiento, mañana y tarde, le habían convertido en un estratega respetado por futbolistas y aficionados. Abandonó el equipo para siempre el día en que su padre apareció por los billares con una carta del director del instituto: 45 faltas de asistencia sin justificar. Ese día sentí como si una barra de acero me atravesara el cuerpo y aunque lo intenté, no pude estrecharle la mano para desearle suerte.

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