Las tijeras le suenan a banda sonora de película de terror, monótonas y oxidadas, mientras observa más y más bajas en su cabello teñido en rojo sangre. Cuando levanta la mirada, el espejo panorámico le devuelve un rostro blanco cadáver y sus ojos desvaídos siguen los movimientos de la peluquera que, con delicadeza, pasa una toalla por el corte que atraviesa su cuello de lado a lado.
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