Mi exnovio presumía de que nunca se perdía un café. Lo cierto es que no ha faltado a ninguno desde que lo conozco, ni siquiera después de lo del cianuro.
A mí empieza a aburirme ese discursito zombie-sarcástico que corroe el alma de todos mis interlocutores. Sobre todo porque, cuando regresa a su averno, nunca sé qué coño hacer con sus cuerpos.
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