lunes, 26 de abril de 2010

EN EL FILO

Cuando la vi desmayarse, vino a mi mente la escena de Chicago en la que Roxi fingía un desvanecimiento ante toda la prensa. Por un momento, temí que, al volver en sí, gritara como ella un "je suis enceinte!", palabras mágicas que abrirían la puerta de mi aula de español para que una turba de hermanos y primos hermanos, con el padre a la cabeza, hicieran rodar la mía por la tarima. Así que, no sé si fue la aprensión o el instinto de supervivencia lo que me llevó a proponer a tres de sus compañeras que la sacaran de la clase para que le diera un poco el aire.

Intenté reanudar mi explicación sobre el uso del imperfecto como si nada hubiese pasado, pero diez pares de ojos cargados de reproche dejaron mi ánimo como un colador. Afortunadamente, el timbre sonó justo antes de que abriera la boca para pedir clemencia.

Esperé a que la clase estuviera vacía y metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta. Ahí seguía la nota que Ikram había traído a mi despacho diez días antes: Yo estoy amorosa de usted.

Salí de la Facultad intranquilo. No sé de qué te preocupas, no tienes nada de que avergonzarte, tu comportamiento ha sido intachable.

Pero después vendrían las llamadas, las visitas en horas intempestivas, las fotografías en ropa interior. Yo me sentía como un niño que montan en bicicleta por primera vez y lo empujan cuestabajo: ya no había forma digna de frenar sin romperse los dientes (quizás la turba de padre, hermanos y primos hermanos se conformara sólo con eso).

No sé de qué te preocupas. Mañana irás a hablar con la responsable del departamento y le comentarás el caso.

Y entonces empezaron.

Al principio sólo eran imágenes inconexas: su piel canela especiada, mis dedos enredados en su pelo azulado, el olor a menta de la habitación. Luego comencé a sentir su tacto y la coraza de nolohagas que había ido construyendo a base de buenas razones se iba fundiendo cuando acariciaba mis sienes con el dorso de su mano.

Después llegaron ellos. Ojos que me perseguían por callejuelas tortuosas, que se multiplicaban por diez y por veinte, que ocuparon las esquinas de mi cuarto, que me herían con el filo de sus pupilas. Durante tres días vagué con la mirada fija en esos ojos, haciendo lo posible por no quedarme dormido, procurando no bajar la guardia.

Por recomendación del responsable de Relaciones Internacionales, volví a casa. Tardé seis meses en recuperarme, y un año entero en atreverme a abrir un email que Ikram me había enviado el día de mi partida.

Estimado profesor: Siento su vuelta a España. Siento la nota que le he dado. Espero que me disculpará. No he sido cortés. Usted ha sido un caballero.

Esa misma noche, volví a ver los ojos en las cortinas de mi cuarto. Brillaban como la sangre.

4 comentarios:

  1. Ni siquiera sé si se llama Ikram. Eso sí, su padre, hermanos y primos hermanos tienen todos nombres y apellidos.

    ResponderEliminar
  2. En realidad, es mejor la historia del loco que la de la loca. Ya te contaré.

    ResponderEliminar