Apunté el código en el móvil porque no me veía capaz de memorizarlo. Iría al día siguiente, a mediodía. Calles desiertas y gafas de sol. No me encontraría a nadie, no tendría que dar explicaciones.
Caminé todo lo deprisa que me permitían los 39 grados de la avenida. Llegué al lugar indicado y abrí una gran puerta de cristal. Tardé en acostumbrar mi visión a la luz tenue del local. Sentí un agradable escalofrío. Me detuve, valoré la situación y avancé hasta el fondo, donde se sentaba una mujer rubia y guapa que me miró como si conociera mis intenciones.
- ¿Tienes el código?
Le enseñé el móvil y ella lo verificó con celeridad. Salió por una puerta lateral y volvió con un paquete marrón.
- Como ya te habrán advertido, debes abrirlo en mi presencia. Tengo que asegurarme de que el contenido es correcto.
Abrió el paquete pero me cedió a mí el honor de extraer el contenido. Lo hice despacio. Me latía el corazón.
Cuando lo tuve delante, sonreí. La mujer guapa, rubia, la más guapa y más rubia de todas las dependientas de la FNAC, abrió sus grandes ojos azules, miró la portada del libro y sólo acertó a decir:
- Luego dirán que somos iguales.
¿?
ResponderEliminar¿Qué podrá ser...?
ResponderEliminarEnhorabuena por este microrrelato, Ana. Genial, como todos los tuyos. Y enigmático. Pero no acabo de entender el final.
ResponderEliminarUn abrazo,
José María
Ni idea
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