jueves, 13 de diciembre de 2012

BIBLIOBÚS

Leía en los autobuses porque lo suyo era pavor a quedarse quieta. Escogía el libro en la misma estación y compraba un billete en función de la extensión de la obra elegida. Solía decantarse por las novelas de más de cuatrocientas páginas, que requerían de un trayecto largo, al menos siete u ocho horas, ida y vuelta, siempre con destino en el mar. Si miras al mar, nunca estás quieto. Caminaba desde la estación en dirección al puerto y, cuando llegaba, se abandonaba al movimiento del agua hasta sentir que se hundía por dentro. Entonces respiraba hondo y volvía a la estación.
Siempre acababa el libro antes de volver, aunque para ello tuviera que convencer al conductor, con su semiautomática  apuntándole a la nuca, de que a 80 kim/h se reduce el riesgo de accidente.

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